lunes, 2 de marzo de 2020

Plata de luna

Las injurias a veces son como cuchillos, una mentira puede rasgar a otra partiendola y dejandola en nada.
La verdad es un punto de vista, la realidad es nada, comparada con el fondo vidrioso de un espejo.
Hablaran en los próximos días, dirán barbaridades cuando me encuentren.
Charlatanes que deberían llenar las bocas con piedras.
Por eso he de aclarar lo ocurrido.

No recuerdo el momento exacto en el que establecí la cita, no recuerdo la cara del maldito recadero.
Habíamos quedado sobre la media noche, febrero llegaba a una tenue luz marcada por una inmensa luna.
Se escuchaba el viento silbando entre los barrotes y su oxido.
El eco de las campanas resonando en el vacío de la noche marcando la hora, unos pasos sobre finas piedras y el crujido de la arcilla me hicieron girarme.

Quien me conozca ya sabe que más bien prefiero el silencio, cobarde y algo encorvado, por eso me encontraba allí, una noche como otra cualquiera, distinta para mí.
Malditas inoportunas suertes de esta época desgarradora. Diferente y complicada la vida para caminarla, sin un techo o un hornillo que calentara, el frió solo acentuaba la deformidad de mi dorso.
Ni me había dado muchos detalles del trabajo.
Citados en la puerta de los que guardan sueño eterno.
No juzguen, sí pasasen días sin comer, que el frió les acariciara el pelo, pasando a la amenaza de un sueño profundo del cual no despertarse.
Como si el trabajo era trabajarse al diablo, la ensoñación de platos calientes, sopas que manjares deslizándose por mi garganta hasta acabar junto a lo ombligo, soñaba que se me calentaba el pecho.
No juzgarían. Aunque de mis labios brotara la semilla del mismo nazareno, el que no juzgaba a nadie y sanaba la carne.

Ceso el eco de las campanas y el sonido volvió a ser el de las fieras de la noche.
De las sombras surgió otra de un hombre que parecía atragantar a la oscuridad con su luz.
Hermosos cabellos caían por un elegante frac de caballero, relucía el color de la luna, la plata de sus ojos me hechizo.
Dije para mí: - “he debido caer fulminado delante de las puertas del cementerio y el barquero viene a llevarme” -
Pero golpeando en mi pecho latía fuerte como nunca lo había sentido. Recordando que estaba vivo deje de lado el temor y me puse al servicio de aquella figura.
Parecía haber descendido por un puente de la luz de luna, su sombra blanca se extendía desde su planta hasta perderse en el cielo aunque su estatura no era algo sobre cogedor su presencia llenaba el vacío dándole calidez aquel frió nocturno e invernal.
No dijo mucha palabra, mostrando su mano cubierta por un guante impecable indico el camino al jardín de los difuntos.
No titubee, anduve para abrir la puerta y repitiendo su gesto con mi mano desnuda y desaseada. Moviéndose con gracia paso por mi lado sin detenerse y adentrándose entre los cipreses.

- Cierra la puerta al entrar - dijo y calo en mi aun mas calor.
No se si era la voz de un dios o un demonio, su magnetismo me hizo volar y por una vez camine como si el peso fuera liviano. Mi cojera se torno sorda y no la escuche nunca más.
Dejaba figuras tras mis pasos siguiendo su sombra de luz..
no recuerdo las calles del campo santo, sentía una ferocidad y vitalidad que no había sentido nunca.
Intuí aquel trabajo como fácil, pues notaba en mi un deseo nunca antes experimentado.
Guarde silencio hasta que se detuvo delante de unas viejas fosas.
De un bolsillo extrajo una petaca y dio unos tragos, me la paso sin mirarme a la cara.
- De mis labios a los tuyos - susurro con aquella voz, sostuve la ambrosía metafórica y metálica justo sobre mis labios sin poder apartar mis ojos de su espalda. Parecía fuerte, ancha y hermosa, como si nadara en lagos o contra la corriente de los ríos.
Se deslizo de forma sutil y con una gracia que ni con mil palabras podría describir.
No nos dijimos muchas palabras y aunque preguntara me encontraba su anhelada boca cerrada hasta que finalmente poso sus mirada en mí.
- Eres muy hermoso - Nadie se había referido así, ¿hablaba de mí o quizá de alguna de las figuras que eran tocadas por la luna? Yo qué siempre me había advertido como una dasito, velloso, enfermo... 
Desnudo sus manos con una sensualidad, todo él era concupiscencia.
Me miro sin apartar la mirada y beso mis labios, poso su mano yerta sobre mi deformidad desvistiendo mi deshonrosa batata. Gélida me hizo tiritar y aunque creyera que sentiría vergüenza más bien dudaba  ¿a caso se burlaba de mi? Un ser caído de otro mundo tratándome con tanta delicadeza.

Impaciente sujete su mano y la acerque a mi boca, indicándole lo que deseaba sentir en ella, su máxima dureza, afilada.
- ¿Qué trabajo queréis que realice? -
Recite de forma entrecortada separándome unos centímetros de él, observando como caían sus centelleantes mechones besados por la mismísima Selene, hipnóticos y suaves.
El silencio lo inundo todo, hasta los animales parecían mudos ante aquella pregunta sin respuesta. Debí quedarme intranquilo, sospechar, sin embargo seguía sintiendo una calidez que nunca antes había tenido sobre mi cuerpo y mi pecho.
Sus ojos se llenaron de lagrimas, no eran cristalinas, parecía que de sus ojos brotaba un mercurio plateado. - he de amarte - nadie me había hablado de aquellas palabras ni había mostrado nunca lo que era el amor, la montaña de susurros que llevaba en la espalda solía hacer que la gente me ofreciera distinta respuesta muchas veces cruel otras por piedad o simplemente por una hipócrita caridad.  Volvió a besarme pero esta vez su beso sabia a metal y frió.
Quise morir en aquel mismo instante y deshacerme en el vino de su boca.
Sentía gotear cálida la humedad brotar de mi boca y resbalar por mi piel. 

Pareció leer mi pensamiento y lo que puedo relatar a continuación aunque fantástico es real.
Pude alejarme de mi mismo, volaba sobre nuestras figuras, entonces me di cuenta que lo que posaba en mi boca no eran sus labios si no una daga que ya había atravesado mi pecho, ahora encajado en mi boca.
Data extendida de su mano.
Entendí que estaba difunto, las campanas sonaron, con gracia deslizo el cuchillo hacia el exterior. Se escucho el salpicar de mi sangre sobre las figuras que perdieron su blancura para quedar sucias y mancilladas por la negrura de mi vida.
Podrán pensar que es atroz, contemplar tu propia muerte.
Para mi en realidad fue como ir a un teatro, la representación bellísima de mi desgarramiento.
Me tumbo sobre una de las losas y comenzó a desvestirme.
Veía brotar la sangre de mi garganta, escuchaba como me atragantaba e intentaba toser ahogándome, sentía paz por increíble que parezca.
Mis ojos se volvían secos y sin vida mientras él con mucho cuidado me colocaba en distintas posturas. Observe como la vida se escapaba entre gorgoteos de mi garganta y de mi pecho.

Ya había acabado todo, el palpitar, el dolor... aquella forma deforme yacía sin vida sobre el mármol. Yo ya no era yo, el dolor se hizo humo disipado por el viento.
El hombre de la plata arranco de mí la deformidad, depositándola en el suelo.
Tomo el cuerpo entre sus brazos y me llevo escalando por su sombra de luz.
Transformada en una escalera que parecía llevar a la luna.
Desgraciado de mí. 
Al día siguiente no faltaron rumores y dichos sobre aquel pedazo de carne, la joroba del maldito
Injurias sobre osos, rituales, lobos y otras calamidades.
Llénense la boca de piedras arrójense al mar.
Fue herido por la sombra de la luna
Aquel espíritu que ahora recuerda su muerte
Arrojándose al tiempo inerte
Escuchando a críos que se hacen los valientes
Todo por un pedazo de carne.
Inútil y mal querido.
Lo que no saben es que se dejo también olvidado en el silencio junto aquel pedazo deforme ahora idolatrado por leyendas.
Posada e inmóvil, atada a esos huesos por la eternidad mía que era suya.
Eso que soy yo.
El trabajo era mi cuerpo, el precio mi alma.
JL

No hay comentarios:

Publicar un comentario