jueves, 13 de abril de 2017

El vacio sin rostro


https://www.youtube.com/watch?v=CFq83piEHH8

En una noche, festines en la azotea de un rascacielos, palaciegos y ciegos engullen, ignorantes de su suerte personas sin rostro y con dos agujeros en la cara a falta de ojos, permanecen en un baile de manchada actitud.
Por ser real, nada allí lo es, todo es cubierto por una mascara de terciopelo que baña a viscosidad de sus almas. Cuerpos bonitos, almas negras, vacíos llenados con la extravagancia. Todo cuanto pudieras imaginar se encontraba allí, en aquella sala falsa, de balsos vestidos, de faltos sueños.
Un personaje se acerca, su chaqueta color salmón marinado, sus mocasines, tirantes y camisa de seda.
Se baña en la fuente de vainilla, helado y calado mancha su ropa, jugueteando con jóvenes, vista desde la perspectiva retorcida celebra que se desprendió de toda humanidad.
De aquellos agujeros brotan gusanos que son el hambre de aquellos que se alimentan del mismo hambre.
Hambre, asesina que degolló la boca del estomago de muchos.

- ¡Divertidos! Extrapolares, margenes de un odio y la depravación ¿En qué se equivoco esta vida para pervertirnos? Excusar no quiero mi aberrante acto, raje su garganta, la mate de sed, aun se movía intentando servirme, que era lo único que sabia hacer aquel trozo de carne.
Fue cuando me resulto inútil, su felicidad. Ya no me servia. Me llenaba de rabia esa expresión "felicidad" no saben estos muertos de hambre que la vida es para los que tienen el estomago lleno, ellos la trabajan.
Yo soy el fruto, yo soy la hoja, ellos la raíz que asume el agua para alimentarme.
Cuando agarre su cuello, postrandola en el suelo, la monte, galope millas hasta correrme en su espalda, ahí quedo mi néctar. Untándolo con mis dedos lo deslice a su boca, ¿No tenia hambre? pues tragaría aun mas. Me deshice de toda mueca traspasando su sonrisa a mi cara, mi niño escondido le atravesó el alma.
Callo fulminada, el dedo que apretaba la garganta tomo un cuchillo de fina plata, tumbada sobre su carne emanaba, roja sangre.
Pegue un grito, lleve las manos a mi cara. Mi rostro ya no era mio, es del monstruo que dormitaba en el vació. Eme aquí, sibilino y dispuesto. Sin castigo ni pena, porque yo ya nací muerto.

La noche empezaba a sudar, como los convidados, ya no había mas crueldad que llevarse a la boca, el hambre les seguía comiendo por dentro, engullendo cualquier tormento, se desprendieron de sus ropas y empezaran a meterse en aquella fuente, su carrera hacia al monstruo que centralizaba la escena con su chaqueta ya cubierta de helado.
Al encontrarse con él, empezaron a despellejar su chaqueta a quebrara la seda, sus cuerpos se frotaban húmedos, alineados por la suspicacia. Esa era la ultima noche.
Como un terremoto, una fuerte sacudida que dejo perplejo al continente. Sensación de ingravidez finalmente.
Ahí, en el centro empezó a brotar aquel color salmón, fruto del color de la sangre y de la vainilla.
En estas ocasiones es cuando se demuestra el don de gentes, cuando uno saborea al máximo la crueldad hecha carne.
Esta nueva sociedad donde se contempla el devorar a otro, antes de ser devorado.

Cuenta la leyenda que estos seres siguen hambrientos, que vagan robando vidas, comiendo y bebiendo sin discriminación, pues el vació que les atormenta es una agujero negro por el cual, ellos mismos son absorbidos.
Dicen también que ese hueco es el del musculo cardíaco, nacieron con la afección de su carencia, eso explica la conducta impulsiva, otras historias dicen que simplemente les fue robado y con ella su alma.

Tal fue que no solo los que padecían esta ansiedad por llenarse, devoraban a sus allegados.
Un escultor, un día en su trabajo, tomo el busto de Flourita y no paro hasta escupir el rostro de su amante, tal y como lo recordaba antes de aquella mega-nova que causo el gélido hueco.
Esculpió, esculpió, noche tras noche. 
Tras llegar a la imagen de su amante, empezó a pulir aquel morado azulado, cuando fue cristal postro sus labios en la ultima pieza, exhausto encajo aquel corazón en el pecho de su obra.
Aguardo durante días, acariciando aquella estatua, el rostro angelical, transparente y frió. Siguió a su lado hasta que por hambre o cansancio murió a los pies de un amante de piedra.
Cuando el amante de carne lo encontró, vio los ojos sin brillo contemplando la cara de esa pieza, no se reconoció en ella, una rabia le envolvió de golpe, arranco aquella pieza granate, al sostenerla en sus manos sintió un gran peso, callo al suelo con aquella pieza oprimiéndole el pecho, su respiración se agitaba, era demasiado para levantarse. al abrir los ojos pudo ver aquella figura azul, con sus parpadeos violetas, se reconoció en ella, durante unos segundos, el sonido, el aire y cualquier segundo quedo petrificado.
El escultor y el corazón habían desaparecido y aunque aulló como una bestia no pudo encontrarlos jamas.
Las noches sin estrellas a veces muestran el centelleo de dos luces que se buscan, Granate y Flourita, pero nunca se encuentran.

No son historias o cuentos de otro siglo, es solo el reflejo de un mar caliente, espejos de hielo que navegan, abrazos que se pierden, en la espera de la venida sin suerte, pues si algo es cierto, es que somos la misma muerte y la misma vida. Voces que se vengan de ecos, pasado que es susurrado en el presente.